domingo, 14 de octubre de 2012

Talla 38


- Sabes quién eres. Muy bien. 
Sabes que yo lo sé, y aún así te empeñas en joder al cosmos. Estupendo.
Incluso lo conoces: te regodeas en tu mierda malsana, mientras la máquina sigue bien engrasada.
Y ríes, como lo hacen los desamparados, los que ya no confían en su sombra.
El brillo en tus ojos ya no denota pasión, sino hastío. 
La paz en tus mejillas indica que las batallas ya terminaron.
Esos muslos locos ya no pueden ni mirarme.
Porque ya no.
No, no, no, no...
Sólo los cuerdos pueden reír, créeme. Los cuerdos y los experimentados.
Y que la inteligencia es sólo una zorra de barrio comparada con los pájaros de la imaginación es obvio.
No tienes salida, hija de puta. No la tienes...
... Tú... deberías lanzarte, de una vez por todas, ¡acabar con este sufrimiento y destrozar cada uno de los treinta y cuatro largos pasajes que me has hecho recorrer hasta el final, sin descanso, sin una mísera gota de agua! ¡Deberías pudrirte en los oscuros confines de la peor de las pesadillas jamás temidas! ¡Morirte como lo hacen los pobres: sola!
Deberías... disculparte... o, por lo menos, mírame a la cara. ¡Mírame a la cara!

*Un silencio se hizo en la habitación 321 del hotel Whitman; la señorita taladraba el suelo con la mirada, mientras que el desalmado jugaba su última carta y retenía al demonio que llevaba dentro*

- ... Mírame...

*La mujer mostró su rostro, donde se proclamó una siniestra sonrisa*

- ¿Quieres matarme?

*Esa palabra impregnó de tragedia el ambiente; la chica sacó de su gabardina un abrecartas y se lo facilitó al hombre, que contemplaba perplejo el torso semidesnudo de la joven*

- Adelante, hazlo.

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