Saltó tres veces.
Mike no pudo mostrarle a su hijo de diez años cómo lanzar una piedra para que rebote en el agua más de cinco veces siquiera.
- Papá.
- Dime, hijo.
- ¿Somos listos?
El padre se extrañó por la pregunta de su hijo. No sabía cómo enfocar la respuesta, así que improvisó.
- Las personas listas son las que tienen conversaciones cultas.
El chiquillo fijó la mirada en la madera que tenía bajo sus pies unos segundos para luego preguntar:
- ¿Y qué es una conversación culta?
- Aquella de la que se saca algo en claro aún estando los dos conversadores, desde el principio, en desacuerdo. Lo mismo pasa con los relatos que terminan igual que empiezan: los escritores deben ser muy listos para, aún siendo el relato muy complicado, terminar con algo tan claro como su comienzo.
- ¿Y por qué tiene que llegarse a una parte en común?
El padre, intentando sorprender al hijo, comienza a explicar:
- En la vida te darás cuenta que, para progresar, hay que ir en una sola dirección. Es imprescindible la cooperación de las dos partes para evitar estancarse y no avanzar.
El niño, que no acababa de comprender lo que su héroe le decía, tenía una duda que le inquietaba...
- Entonces... ¿por qué en la tele esos señores, que están sentados en una sala muy grande, sólo llegan a gritarse y a decirse cosas feas?
- Pues...
El chaval no dio descanso a su padre:
- ¿Y por qué hay personas que se pegan tiros y mueren en vez de intentar progresar?
El padre... indeciso, sin nada que decir, para no complicar la conversación, no pudo, sino, encogerse de hombros...
- Pues... no lo sé... la verdad: no lo sé.
De este relato se pueden extraer miles de moralejas: que improvisar siempre lleva al fracaso, que no se puede luchar contra la ignorancia de los poderosos, que ninguno tenemos la solución al problema que acecha al mundo, que nunca debes conversar con un muchacho de diez años...
¿Yo? Me quedo con la única válida:
Saltó tres veces.
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