domingo, 8 de enero de 2012

Pseudo-hundimiento

Latía, más fuerte que nunca. Podía notar la sangre recorriendo a gran velocidad sus sienes. El pulso se volvía insostenible, y los dientes rechinaban al contacto. Músculos tensos, mirada clavada como un cuchillo, sudor caminando por las mejillas. Parálisis general. Muerte soñada e imaginada delante del iris. Final sorprendente, sin aviso previo.

Sintió aquel temor que tiempo atrás hubiera acabado con él. Experimentó aquella sensación de abandono, de ansiada rendición, a la que sucumbiría sino fuera como es ahora. Los pelos de punta al pensar que nada ni nadie podía salvarle excepto él mismo. Nada ni nadie.

El destino se reía de él, al igual que el karma, las deidades y el universo en general. Piensas que todo está escrito, que tu camino es el que es y que lo has encontrado. Te adaptas, te ilusionas, te obsesionas y te convences... para luego derrumbarte con todas las piedras emocionales que has ido poniendo una encima de la otra. Se caen y te haces daño. Quedas atrapado entre escombros polvorientos y olvidados en la niebla espesa, pesan y no desean dejarte escapar. Apartas un ladrillo, sacas el brazo, notas frío, calor, humedad y atmósfera lúgubre.

Heridas que te desfiguran el alma, te la destrozan. Infinito temblor inevitable, hace que no puedas, sino, encogerte, esconderte de las alimañas, de los excrementos sociales a los que perteneces. Caminas pensando en la forma de ver, tocar, oír, degustar... pero sólo hueles, perdido, fragancias fatales anunciadoras de tiempos en cólera, inaguantables para tus emociones maltrechas. Pasos torpes te guían hasta caídas abrumadoras, interminables. Brisa templada que maltrata tu pelo, deshojado. Abres los ojos y no ves más que una tenue gota de luz en el misterioso horizonte negro. No ves modo de alcanzar la pulcritud, el omega que le falta a tu abecedario... es inevitable derramar lágrimas, amargas como el agua del mar de dudas en la que navega tu mente. Lecciones avanzadas para torpes novatos como tu corazón, primerizo en grietas. La bola 8 que acaba tu partida antes de que tú lo esperes.

Vida. Sufrimiento... Desencanto. Depresión. Mírame, Justicia: qué regla he quebrantado. Qué he hecho mal. Levantas la vista al cielo, rogando, aunque sea, lluvia que aclare tu barbilla, tu frente y tu cuello. Luego, ondeas la bandera blanca y ruegas que te parta un rayo. 'Dios no existe', te repites una y otra vez al son de los zumbidos que todavía resuenan en tus tímpanos. Campo de batalla sin vida, profanado ya, sin nada más que restos de una disputa milenaria entre humanos y fuerzas místicas que mueven tu mundo, perdida por flanqueo. No quedan respuestas, sobran las preguntas y se necesita actuar, pero tu mente no opina igual.

Las yemas, hechas jirones, reciben superficies ásperas, sucias y desagradables. No encuentras salida y no quedan puertas que abrir. Siempre se te resbalan los dedos cada vez que llegas a la cima.

... Pero siempre quedan fuerzas para apartar los escombros y comenzar, de nuevo, a escalar.

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