viernes, 18 de mayo de 2012

Antídoto

Hubo una vez un hombre que, con un cigarro en sus dedos y mirando hacia el horizonte, mientras la luna iluminaba su rostro perpetuo, me dijo algo que, con los años, ha ido cayendo más y más por el peso de sus palabras: 'Hijo, no es malo pelearse hasta la muerte... pero sí que te envenenen y perezcas sin percatarte de ello'.

Quizás esté muerto, y la verdad: no sé qué destino corrió; si el del que quiso apartarme u otro diferente. A día de hoy, la importancia de esa frase ha ido, como ya he dicho, creciendo.
El veneno está ahí, existe. Te pudre por dentro, te hace añicos, pero tú no te das cuenta. Vivimos en un mundo con tantas distracciones que hemos olvidado sentir por dentro, la rutina nos encierra en una burbuja difícil de estallar y la vida se reduce a un sólo camino.
Pero el veneno, como nos ha enseñado la medicina moderna, puede, si es atrapado a tiempo, destruirse. El sujeto experimenta, digamos, una mejoría en sus capacidades racionales y de captación de la cruda realidad. El mundo vuelve a ser el que era, los planetas vuelven a girar, el reloj comienza a girar en el sentido que tiene que girar y se da un hecho bastante curioso: empieza a sentirse rechazo. Un asco impropio para algunos, necesario para otros.
Vuelven las máscaras, las manos al aire, las vendas en el suelo y el asfalto incómodo. El desconcierto, la capacidad de asustar. La unión.
Y, mientras que hay curados que se sacrifican por curar, otros por ajusticiar, otros por informar... aquí, un servidor, se dedica a meditar. Las palabras son fuego, son balas, más dañinas que la propia espada o el cañón. Es tiempo de mirar arriba, sin miedo, sin dudar en absoluto.
Huele a revolución, sí, pero sólo es una fragancia. Tiene que ocuparnos los cinco sentidos si queremos que esto sea una realidad, y para ello hay que luchar. Con nuestras mejores armas.

Porque sí: estar curado es lo normal, y no nos damos cuenta de que no lo estamos.

Porque sí: el veneno está ahí, existe.

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