Me estoy asfixiando, y hace frío, y calor a la vez, y silencio los impulsos de gritar y expulsar los demonios que viven en mi cuerpo, se han acomodado. Si ya lo decían: 'mejor fuera que dentro', pero algo hay por ahí que evita que partan. Y odio pedir ayuda, suplicar y arrodillarme. La última vez que mis rótulas tocaron el suelo fue para morir como un cobarde, y la canina se rió de mi y me dio dos ostias. Nunca lo olvidaré...
Aún así, el cuento ya no me gusta. Tornando a negro no se soluciona nada, aunque se esté más cómodo. Inmediatamente se me vienen a la mente los recuerdos difusos ya del pasado que no cesan de llamar a la puertecita de los cojones, que no sé, ni siquiera, por qué sigue en pie. Debería bloquearla y correr en dirección contraria, como me enseñó el instructor el primer día de clase. Nunca lo olvidaré...
Por supuesto que no me voy a rendir, el sueño sigue ahí, lejos... pero lo veo. Y no encuentro por qué tendría que existir entre los libros un manual para claudicados sinvergüenzas esquizofrénicos. Sólo, si acaso, para evitarlo. Mirarlo de reojo, para tener conocimiento de lo que me aguarda si me da por revolver el pie en la tierra. Jodido, sí, pero sabíamos a lo que veníamos. Jugar con reglas, pocas probabilidades de ganar y sonrisas malvadas a tu alrededor, que te hacen desconfiar, pero ya no sabes si eres tú el paranoico o el mundo que se ha convertido en la mayor gran mentira de la subconsciencia humana. Golpes, y más golpes... Dios, lo que daría porque cesaran, o por tener una motosierra especial o algo así, y cortar manos, a ver si se atrevían a seguir llamando. Qué suerte tienen los asesinos...
Por suerte, el mundo da señales, algunas veces, de ser bueno. El mundo es bueno, cito al dramaturgo del sexo. Fuera suegros, fuera marionetas, adiós putas, yo cojo el petate y le doy un toque al reloj para que comience a echarme arena en la cabeza, que corran esas piedrecitas por las arrugas de mi cara, y caigan al suelo violentamente, cubriéndome y plantándome en lo más oscuro de la mediocridad. No niego que si tuviera un martillo rompería el cristal, pero... no lo tengo. Qué suerte tienen los asesinos...
Pero no nos engañemos... quejarse es gratis. Y somos egoístas y somos excrementos animados comparados con la Naturaleza y somos... ug... me ha dado una arcada...
... Bah... no me hagáis caso... seguramente estas palabras caerán en el olvido, como lo hace absolutamente todo en esta vida... y es horrible, porque estamos pisando hombros de estatuas enormes de hombres grandiosos que, si pudieran zafarse de los gusanos y el barro, correrían a ponerse a salvo. Y no miramos abajo, y no vemos la altura a la que estamos... y un día, cuando menos nos lo esperemos, caeremos sin remedio. Y mientras el aire maneje nuestras mejillas a su antojo y juicio, veremos en qué nos hemos transformado... y lloraremos.
Mierda somos, y en mierda nos convertiremos.
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