¿Quiénes son capaces de reducir a cenizas el espíritu humano? El alma programada para ser libre no sólo quiere volar, sino ir en bandada. Y hay apretones de manos que unen mundos distintos pero, básicamente, iguales y con los mismos objetivos. Las mismas armas, la misma inquietud... Y vuelven a renacer las pinturas en las manos, la razón de por qué existimos, la satisfacción de ver que algo se puede conseguir con esfuerzo. La voluntad del cero es tan importante como la del mil, y si alguna falla, el número no tiene sentido sin los demás. Es una cuenta matemática que necesita de todas las cifras para dar un resultado lógico y veraz que cumpla el axioma más básico: a=a. Todos iguales ante los ojos de Dios, dirían los excépticos.
Vibran las lágrimas a punto de brotar de los ojos de cada uno, sabiendo que quizás no haya vuelta atrás y que señores mayores relatarán aquello como una heroicidad propia de semidioses a mentes curiosas e inocentes en sus regazos. Sobran palabras, pero no se pueden evitar: gritar, cantar, maldecir al destino y reír... reír sin parar como lo hace uno por pura locura. Locos, eso es lo que nos llamarán... Necios, eso es lo que los interesados querrán decir... Valientes, eso es lo que el tiempo nos calificará. Valemos mucho, igual que todos, y eso lo sabemos, y eso lo saben. Luchamos por ello, ellos luchan por parar nuestra lucha.
Y eso, camaradas, es una guerra. Una batalla sin fin, llena de malvados y buenos, vivida por todos y para todos. Tropezamos, sí, pero nos levantamos porque sabemos que si no lo hacemos la Humanidad está perdida. Vacilamos, sí, pero nos encauzamos porque tememos que si no es así, nada será. Y por ello somos tan maravillosamente tozudos, tan increíblemente insistentes, tan sorprendentemente coñazos. Porque el estandarte, en este caso, no es portado por uno solo: millones de dedos lo levantan, millones de ojos lo observan con orgullo, millones de corazones se llenan de alegría al leer las tres palabras bordadas en él. 'Liberté, égalité, fraternité'
Y es esa, queridos hermanos, la razón por la que empuñamos las armas, acompasamos el paso, perdemos la quietud y sonreímos a la muerte.
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