sábado, 21 de julio de 2012

Escalón 77


Escozor en el cristal, a las puertas del alma.
Digamos que la etapa es dura, delirante, putrefacta. Pincha.
Jode, sí. El gusano que ha linchado tus huevos ahora se dirige a tu intestino. Y las tenias del pensamiento son las peores: creadas a imagen y semejanza del creador en el interior de su obra más preciada. Todo es conocido, todo queda en casa, podéis sentaros a charlar mientras desalojáis la bodega del tío Henry, paladeando un Chardonnay en copa oronda y presuntuosa; las hojas vuelan, el ruido es ensordecedor, el suelo comienza a ceder, palabras y palabras de sabiduría desaparecen corriendo con el viento, por la ventana de la cordura.
El terciopelo es tan... adictivo. Hace que te olvides de los papeles que golpean tu cara de gilipollas. ¿El caldo se vierte? No te preocupes: el suave contacto verdoso te rescata de esa inquietud y te devuelve al estado de trance que tanto ansías como un enfermo terminal ansía la morfina.
Cuadros borrosos. Puertas que se cierran... Y allí estás: hablando con los chupasangres de la razón, que no te desclavan la mirada ni cesan en su cometido de vaciarte. Hablas... y hablas... y hablas...

Mira tus pies y mueve los dedos. Estás vivo, chaval.

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