Dime si no escuchas las campanas.
Sí, aquellas que anuncian que todo se está acabando, que hay que recoger y partir.
... pero no sabes ni dónde están... ¿verdad?
Estás vagando en círculos, equipaje en mano, debatiendo si es por allí, por allá... quizá por ese camino o a lo mejor es por este otro de aquí al lado.
No lo sabes.
No tienes ni idea.
No lo sabes.
No tienes ni idea.
No vas a atreverte a preguntar, no vaya a ser que te tomen por un ignorante... o peor aún: un inculto.
Así que ahí estás, de pie, sin perder tu mirada perdida, fingiendo que lo entiendes todo cuando, en realidad, no le encuentras sentido a nada.
Y empiezan las vacilaciones. Empiezan los nervios, las caras raras, las lágrimas...
Ves a la gente correr, persiguiendo la salvación, el sueño o... no lo sabes bien. Compruebas en tus carnes la verdadera oscuridad en la que puede verse sumida tu corazón, lleno, antaño, de esperanzas, de gloriosas carcajadas...
Pero ahora no corres, ahora ni te mueves. Ahora ni te inmutas. Sólo esperas. No sabes a qué. Ni quieres saberlo. Sabes la respuesta a la pregunta, pero ay... si sólo fuera eso...
Por cierto, ¿estás seguro de que lo llevas todo?
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