Para sorprenderme, hay que reír. Hay que jugar, hay que amar. Déjate de cuentos en los que yo soy el protagonista y tú la princesa a la que hay que rescatar. Olvida la máquina de escribir, los papeles en el suelo arrugados, el humo inundando la habitación, el olor a esa mezcla de napalm y decepción, el crujido de la cama cuando hacemos el amor, la luna atravesando ese amasijo de hierro. Olvida todo eso.
Invéntate una vida, pero deja de mentirme, empieza a joderte a ti misma y luego hablamos. Rásgate las vestiduras por tus principios, santo Dios. Muérete, y regocíjate en la misma mierda que sustenta el mundo, como si no pudieses verla. Siéntete sin vida, sin un alma al que alimentar con guitarras, escenas y besos. Con más culpa en tus espaldas que arrugas en tus manos. Que te sientas como un maldito horzuelo, un estorbo, un despojo. Un bailarín sin música de fondo o un monstruo con traje y corbata, me da igual.
Que te duela. Que te hiera. Deseo que te pegues, que te hagas daño y te maldigas, te destroces, que tu autoestima te tenga contra las cuerdas y no pare de destrozarte tu cara bonita. Así.
Y si la sangre te parece mucha, es porque no es suficiente.
Cuando abandones toda esperanza, cuando compartas más con el asfalto que conmigo, sólo entonces correré, como nunca antes he huido, hacia tu lado, te levantaré, te besaré y te daré la bienvenida a mi mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario