'Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Miré el escenario que tenía delante -la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados- con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo'
Leer a Poe es leernos. El interior, nuestro interior. Es igual que ver una buena película: si estás dispuesto a adentrarte en los oscuros confines del subconsciente, capaz serás de toparte con el tesoro que buscas, quizá, desde que tienes memoria.
Hoy, esta fachada gris, como la de esa casa que parece huir de todo tiempo y espacio, todo progreso y civilización; ha jugado otra vez con la vida. Con lo real. Con lo jodidamente real.
Los números marcan horas, fechas, calles, bancarrotas, felicidad... no sé. También pueden marcar una espera letal, una diferencia ínfima para pocos y desoladora para muchos, el final de una era, el comienzo de otra. Los números son el mal de este mundo, corrompido y putrefacto, negro, asqueroso, infectado de maldad hasta el corazón de todos los hombres buenos, buenos hace un tiempo, tiempo que marcaron, en su día, unos números reflejados en esa fachada desgastada, borrosos hoy.
Un niño que cumple siete años... también es un número... es la diferencia entre todos y tú, que te encuentras delante de la casa marchita. Los segundos que cuenta todos y cada uno de los días de su vida ese hombre lejos de su hijo para ver cómo ha crecido en su ausencia, también es un número.
Tan pronto como la ves... debes estar construyendo una nueva. No hay cabida para la huida. Huir es de cobardes; nunca una frase fue tan cierta y veraz. El problema se combate cara a cara, con espada en mano y valentía por escudero, desafiando, con total seguridad, a la muerte, a todo cuanto está construido con nuestras propias manos. Nunca hay que olvidar que el creador tiene la potestad para crear y, con la misma facilidad, destruir su creación. No hay avance sin la destrucción de unos valores, unos cimientos bien construidos, una base incuestionable, una respuesta a una pregunta formulada hace tiempo... mucho tiempo... tanto tiempo que ha desaparecido del espectro de nuestra preocupación.
El dominio de nuestro quehacer debe ir más allá. Debe ser propiedad nuestra. Debe ser auténtico. Debe sobrecoger a nuestro corazón de la misma manera que lo hace un buen poema. Debe ocuparnos los cinco sentidos, debe convencernos y dar sentido a este espacio y este tiempo.
... Muchas veces he sentido esa presión difícil de explicar. Sí, esa fuerza que cuestiona mis principios y me hace saltar de la silla. Hace que me quite el vendaje de heridas y ojos. Aparece cuando recorro los pasillos de esta casa, entre escombros y restos de tiempos pasados, seguramente mejores que este.
... la misma fuerza que levantó pueblos contra sus esclavistas, que eliminó fronteras y muros, que destrozó intenciones absolutistas, invadió con amor propio el hogar de todos los desesperanzados y desencantados.
... un motivo para vivir, para enfrentarse a la realidad y ganar, celebrar la vida y la muerte, bailar al ritmo con el que lo hace el viento cuando la naturaleza responde.
Puedes dejar el edificio medio en ruinas tal y como está y continuar con tu viaje...
... o entrar.
Escena del film 'Detachment' |
Nunca me cansaré de tus rebeliones internas.
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