Imaginándome un cuento de estos que necesito para el insomnio, descubrí que, por mucho que he leído y tragado estos años, la madurez duele. Y duele porque es cambio. Y el cambio, aparte de doler, aterra. Y el miedo, miedo es: imaginación al poder.
Pues eso, que mientras buscaba un palo largo de estos que necesito para escapar de los bucles, descubrí que no todo es amor u odio o extremos o partidos de fútbol. No. Reitero: no todo son partidos de fútbol. Y sí, quizá la demagogia barata no es lo mío, se lo dejo a los profesionales; yo debo sacar el mundo de donde esté y meterlo en mi cartera para enseñárselo a todos en las reuniones, en los cabarets o en las casas okupas.
Eso me llevó a mi último toqueteo con mi corazón, que lleva desde hace años dando cabezazos contra mi conciencia intentando encontrar una respuesta en mínimos de esperanza. Ahí entra mi otro toqueteo con el vino, lo más civilizado del mundo según el mujeriego, para meterme en apuros, dejar patente que Ale sólo hay uno y este es un impostor de poca monta, con bigote postizo mal pegado y la peor actuación de la historia del cine.
Tras el derrumbe, sólo queda huir. Como siempre. Volver a reunir el valor insuficiente y tomar clases de interpretación.
Una pena que no nos dejen ensayar antes.
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